«El apuesto capitán», literatura para los traumas nacionales

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

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La novela de Menis Koumandareas transcurre en los meses previos a la instauración de la dictadura militar en Grecia

16 abr 2024 . Actualizado a las 10:25 h.

El trauma nacional tuvo efecto literario en la escuela griega. Al igual que en España, hubo en tierras helenas una dura experiencia militarista. Fue esta, no obstante, mucho más breve. La llamada «dictadura de los coroneles» se extendió entre los años 1967 y 1974.

Menis Koumandareas, uno de los autores estandarte del país, se aproximó en más de una peripecia literaria a los antecedentes del acontecimiento histórico. Cuando todo parecía inminente pero no terminaba nunca de llegar. Cuando las sutilezas y lo latente se repiten tanto y durante tantas jornadas que acaba siendo rutina. Los aromas kafkianos que se señalan en esta obra, sin duda, están ahí. Pero no huelen tanto como se clama. Tiene la pluma rasgos y dejes lo suficientemente propios como para poder decir que, por encima de cualquier otra semejanza, se parece a sí misma.

El ejército, como la iglesia y como la justicia y como cualquier otra institución de este mundo, es un continuo batallar sutil entre facciones. Aquella Grecia que, guerra civil mediante, se había librado de caer bajo el paraguas soviético estalinista, coqueteaba a un tiempo con las monerías del liberalismo político y la seguridad pétrea del militarismo. La izquierda, aunque no era, ni mucho menos, testimonial, se dividía entre camuflados (que se decían de centro por disimulo) y clandestinos (estos principalmente estudiantes melenudos). De todo este mejunje, a un tiempo tan antipático y tan apasionante, extrae el escritor de El apuesto capitán una instantánea que quizás no sirve como lección de historia pero sí como lección de espíritu. Las cosas que se callan son fundamentales en el ejercicio de esta literatura de sutilezas. Un dibujar de hipocresías, prejuicios y secretos. Lo que se lee es en este volumen tan importante como lo que se intuye. Alcanza, a pesar de su deje cínico y de su feísmo voluntario, momentos fugaces de verdadera emoción íntima y hasta sencilla. El reflejo de cosas que pasaron. Antipático y elocuente.