Ruth Molina sobrevivió al 11M: «Todos los días hay algo que me lleva a ese día: un ruido, un olor a humo, una pesadilla...»

Susana Acosta
Susana Acosta REDACCIÓN / LA VOZ

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Cuando se cumplen 20 años de la masacre en Atocha, ella bajará a la estación. «Dejaré flores en la farola donde me dejaron. No sé qué le pasó al hombre que estaba a mi lado», dice

10 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Ese terrible 11 de marzo, de hace ahora 20 años, Ruth Molina se encontraba en la estación de El Pozo como todos los días. Normalmente, llegaba diez minutos más tarde, pero había quedado con sus compañeras para desayunar: «Quedamos un poquito antes. Recuerdo que hacía mucho frío y que aparqué el coche y me fui andando a la estación. Menos mal que estaba dentro del tren porque, si me hubiera quedado en el andén, simplemente no lo habría contado. No era mi tren, pero me dije: ‘Lo cojo y me bajo en Atocha’», explica esta superviviente de 45 años.

Fue así cómo se subió al tren que le cambió la vida: «Me monté, no sé si en el tercer o el cuarto coche. Y, nada más entrar, lo único que recuerdo es un pitido y que perdí el conocimiento. Me cayeron bastantes personas encima y no te puedo decir cuánto tiempo estuve sin conocimiento. Solo sé que luego me ayudaron a levantarme las personas que estaban allí y, gracias a eso, pude salir». Ruth había perdido la audición por la onda expansiva y tenía una herida en la pierna provocada por el impacto de la explosión y por el hecho de que le hubiese caído tanta gente encima. «Tuve una lesión en el ligamento interior cruzado. Pero cuando salimos el panorama era devastador. Lo recuerdo todo como si viera una película en la que yo estuviera fuera de ella. Al no poder oír, todo me pitaba y me dolía todo. En un primer momento llegué a pensar que habían chocado dos trenes, pero cuando salí ya vi que no había sido un accidente. Que era algo que iba mucho más allá», dice.

«Me ayudó un chaval, que nunca supe quién fue. Había mucho caos en ese momento. Estuvimos un buen rato allí, porque era imposible salir de la estación. Como pudimos, fuimos atravesando las vías. Había mucha gente malherida. Logré sentarme. Aquello se te hacía eterno. Había una riada de gente que pasaba por delante e intentaba hablarme, pero yo no escuchaba nada. No oía nada», comenta. Entonces, ocurrió algo que se le ha quedado grabado: «Apareció un chico buscando a su novia. Era similar a mí y se quedó allí abrazándome. Luego no sé quién me ayudó a llegar al centro de salud, porque aquello era tan devastador que empezó a llegar gente a la estación para llevarnos en coches y en taxis a los hospitales, a los que medianamente estábamos mejor. Nunca supe si aquel chico llegó a encontrar a su novia. Ojalá...», se le quiebra la voz solo de recordarlo y no puede evitar llorar. Aunque el tiempo ha pasado, hay recuerdos que aún están en carne viva.

Luego llegaron los traumas, el sufrimiento psicológico por lo vivido y las secuelas que es incapaz de superar. «No he vuelto a coger un tren. Lo he intentado, pero no puedo. Y si tengo que ir a cualquier lado y tengo que pasar por esa calle, doy cuatro vueltas antes de ir por delante de la estación. No es que viva con un miedo constante, pero todos los días hay algo que me lleva por unos segundos a ese día: un ruido, un olor a humo, una pesadilla...».

A Ruth se le diagnosticó una hipoacusia crónica: «Si hay mucho ruido, no oigo bien. Tengo muchas otitis y un dolor horrible. Y luego, la lesión en la pierna, que me sobrepuse de ella a base de mucha rehabilitación».

Recuerda que su madre, en cuanto se enteró del accidente, se fue andando en pijama a la estación: «Ella no quiere ni oír hablar del 11M. Ese día no ponemos la televisión. Yo tampoco. No soy capaz de ver que yo estaba allí». Ruth intenta no transmitirles a sus hijos el miedo a subirse a un tren o a sufrir un atentado y se esfuerza en vivir más el día a día: «Les das más valor a las cosas cotidianas. Y soy más cariñosa, digo más ‘te quiero’. Antes era más caprichosa. En cambio, ahora me importa bastante menos el dinero». Así se expresa esta mujer que intenta sacar una lectura positiva de su tragedia, por mucho que le cueste. Tras 20 años, mañana por fin se atreverá a bajar a la estación: «Dejaré flores en la farola donde nos dejaron. No sé qué le pasó al hombre que estaba a mi lado ni al chico que buscaba a su novia».