Marc Gili, cantante de Dorian: «Casi todas nuestras letras van dedicadas a las ovejas negras»

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Marc Gili (segundo por la izquierda) junto al resto de los componentes de Dorian
Marc Gili (segundo por la izquierda) junto al resto de los componentes de Dorian cedida

Dorian iba para banda rarita del indie y acabó por ser uno de sus iconos. Veinte años después, más vigentes que nunca, encabezan el cartel del FIV de Vilalba

05 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Reivindican el hedonismo desde lo más profundo del abismo. Convierten en luz el vacío de las tinieblas. Se marchitan y, al tiempo, florecen. Son Dorian los amos y señores del contrapunto. Bascularon el indie hacia el baile antes que nadie. Un sacrilegio hace dos décadas. Hoy, una bendición. No han sido, desde luego, los catalanes un grupo que se haya recreado en sus hallazgos, que han sido bastantes y notables. El inconformismo y el riesgo son aliados permanentes de la banda. «A mí me gusta que los artistas a los que admiro me vayan sorprendiendo disco a disco y nosotros intentamos hacer lo mismo», expone Marc Gili, cantante y letrista de Dorian. Y bien que se agradece. Tanto en sus álbumes como, sobre todo, en sus conciertos. El próximo será en el FIV de Vilalba, el viernes 26.

—¿Puede que fuera esa inquietud la que os llevó en vuestros inicios a adelantaros a las tendencias?

—Sin lugar a dudas. Cuando empezamos no era nada común que una banda de guitarras usara también sintetizadores y bases programadas mezcladas con batería real. Ni siquiera era tan normal cantar en español. Luego la tendencia fue favoreciéndonos y nos pilló pedaleando.

—Tus letras han dejado siempre una impronta muy reconocible. ¿A quién le escribe Dorian?

—Casi todas las letras de Dorian están dedicadas a las ovejas negras, a los que no encajan en el cole, ni en su trabajo, ni en su familia y que, al final, suelen ser las personas que acaban marcando la diferencia en la sociedad, pero que se llevan unos cuantos palos por el camino.

—Se habla mucho de la oscuridad de las letras de Dorian, sin embargo en vuestras canciones casi siempre asoma un halo de esperanza. No creo que sean unas letras pesimistas.

—No, yo no diría que Dorian es nihilista pero sí que es verdad que nuestras letras lanzan una mirada critica a la sociedad. Están hechas para la gente que es capaz de dudar de sí misma y del mundo que le rodea y por lo tanto no siempre hablan de de historias amables. Tenemos letras que hablan de drogas, de alcoholismo, de la gentrificación, de la precariedad, del acoso que vive la comunidad bisexual... Intentamos tocar los temas que están candentes en la sociedad y llevarlos al plano de la canción. Pero desde la esperanza. Siempre hay esperanza en la música de Dorian. Es una de las claves de nuestro grupo. Es un grupo que no es hipócrita, que afronta los temas de forma directa, que no se esconde detrás de metáforas complicadas para explicar las cosas. Siempre nos hemos enfrentado a nuestra realidad y cuando se nos ha interpelado, hemos respondido directa y llanamente. La música de Dorian es una invitación a la rebeldía, a que pienses por ti mismo, a que te rebeles contra lo que no te gusta de tu vida y de tu entorno, y a que te reinventes. A grandes rasgos, ese es el resumen de intenciones de la música de Dorian.

—¿Es hoy más difícil innovar que hace 20 años? A veces da la sensación de que ya está todo inventado...

—Los nuevos caminos creativos no los ve nadie hasta que viene uno y los abre. A lo mejor lo tienes delante de tus narices, pero no lo estás viendo. Yo no soy de la opinión de que está todo inventado, pero si bien es verdad que es muy difícil que te inventes, por ejemplo, un estilo musical nuevo de la noche a la mañana, , como hicieron Kraftwerk en sumomento o cuando Miles Davis le dio la vuelta al jazz, no es menos cierto que un objetivo que siempre está al alcance de cualquier artista es encontrar su propio sonido. Y ahí, a lo mejor usando técnicas que ya existen, pero combinándolas a tu manera, puedes encontrar tu singularidad. Tenemos ejemplos como Rosalía o C. Tangana, que mezclando elementos de músicas que ya conocíamos, han encontrado su propia esencia. Eso refresca mucho las escenas musicales y creo que está al alcance de cualquiera que tenga la ambición de intentarlo. Humildemente, nosotros seguimos intentando hacer eso.

—Ya que hablas de refrescar, da la sensación de que a los carteles de los festivales está asomando una nueva generación y que convive perfectamente con vosotros, con los que lleváis dos décadas.

—Estoy súper a favor de que en los carteles de los festivales haya cada vez más artistas de diferentes géneros. Es maravilloso. Claro que me gusta compartir cartel con Los Planetas, que son nuestros hermanos, pero también me encanta compartir festivales con Duki, con Leiva o con Ana Mena. ¿Por qué no? Me gusta que la gente tenga la oportunidad de dejarse sorprender por artistas que no están en su radar. Creo que es muy importante que las escenas rap, trap, indie, pop o de músicas del mundo se mezclen en los festivales. Que nos dejemos de etiquetas y de fronteras musicales y que permitamos que el público decida lo que le gusta.

—¿Cómo está afectando la vorágine de festivales al circuito de salas?

—Está siendo una tragedia para las salas. Nosotros, para la próxima gira ya hemos hablado con nuestra oficina y le hemos dicho que queremos hacer equis salas. No queremos renunciar a eso. Reivindicamos la cultura del concierto en sala, donde vas a ver a un artista, te concentras allí durante dos horas y entras dentro de esa magia de una forma totalmente inmersiva. También me gusta reivindicar la figura del festival de tamaño medio o pequeño, como el FIV de Vilalba. Que viene a ser una figura híbrida entre el macrofestival y la sala, y que está hecho por programadores que, con todo su empeño y su buena voluntad, intentan aportar una dosis de autenticidad al formato festival. Son festivales que Dorian siempre apoyaremos.

—¿Cómo os defendéis del modelo de música de usar y tirar?

—Estamos inmersos en el turbocapitalismo, que se basa en la hiperaceleración del consumo y la volatilización del producto. Y la música no es ajena a esa especie de rodillo que va pasando y que provoca que cada vez sea más difícil encontrar artistas, canciones y discos que vayan a permanecer en el tiempo. Ahora lo que se producen son grandes llamaradas, fogonazos muy repentinos y efímeros. Es la propia dinámica de la sociedad en la que vivimos. Nuestra humilde manera de combatir este carácter efímero de las cosas es intentar hacer discos buenos, con buenas letras para que, llegando a más o menos gente, permanezcan. Y que dentro de 20 años sigan siendo válidos. Nosotros no estamos para hacer productos de temporada. Eso que lo hagan otros.

—¿Eso es compatible con el hedonismo?

—Por supuesto. Nosotros siempre hemos sido unos grandes amantes del baile, de la parte dionisíaca del alma humana. En una sociedad en la que a tanta gente se la encierra en sus trabajos 8 horas al día, creo que es importante tener presente esa parte dionisíaca, reivindicarla y disfrutarla. Sin que eso te lleve por delante, evidentemente. Una de las mejores definiciones que se ha hecho de nuestra música fue cuando dijeron que está hecha para bailar la melancolía. Eso me gustó porque, de alguna manera, en el contrapunto está la clave del sonido de Dorian. Entre la luz y la oscuridad. Entre la euforia del baile y la reflexión y el ensimismamiento. En ese punto, creo que elegante, nos sentimos cómodos. Es muy importante no hacer las cosas de forma evidente. Si yo te hago una canción muy agresiva y el tema es agresivo, va a acabar pasándote como un trailer por encima de la cabeza y no te quedas con nada. Si te hago una canción aparentemente hedonista pero la letra es profunda, te va a crear un desgarro como oyente que te va a hacer reflexionar a la fuerza. Yo creo que el arte se hace grande, precisamente, cuando encuentra el contrapunto.