¡Dejadme solo!

GALICIA

Pilar Canicoba

25 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En aquel gesto gallardo de Jesulín de Ubrique en medio de la faena se resume lo que pasó en su tierra. El diestro que lleva en su apellido (Janeiro) orígenes gallegos se planta ante el astado y pronuncia dos palabras que pasan a la posteridad de la tauromaquia: «¡Dejadme solo!». La cuadrilla se retira y allí queda en medio del ruedo el héroe que recibe el entusiasmo del tendido. No ha hecho otra cosa Moreno Bonilla para cortar las orejas y el rabo. Optó por la soledad. Desnudo de siglas, con escasos apoyos exteriores, contando con un Feijoo siempre comedido y contenido para no robar protagonismo al torero.

Es una fórmula experimentada con éxito en el laboratorio gallego que deja en evidencia a aquellos rivales que se apoyan en brigadas internacionales llegadas de fuera. En lugar de ayudar, los forasteros estorban con argumentos oxidados aprendidos con prisa en el avión y una visión folklórica del lugar donde aterrizan. Solo logran que el Jesulín político de turno sea visto como el de casa, el autóctono, el nuestro, frente a unos visitantes que contaminan la campaña con sus ocurrencias. Un par de ilustrativos ejemplos: Zapatero en Vélez-Málaga alabando a los condenados Chaves y Griñán por ser «honestos personalmente»; Yolanda Díaz apelando en Córdoba al voto de los «antifranquistas represaliados». Haría un mejor papel ET a pesar de ser oriundo de otra galaxia.

Moreno ahora, antes Feijoo, y primeramente el Fraga retornado, descubren que la soledad es buena y el regionalismo patentado por Alfredo Brañas en 1889, una fuerza suplementaria que no se le debe regalar así como así a la izquierda. Para ello asumen símbolos, izan banderas, hacen suyas las festividades patrióticas y honran sin reparo alguno a Castelao o Blas Infante. Un Pablo Casado débil e inseguro se sentía celoso de la eclosión de califas y virreyes autonómicos regionalistas, mientras que Feijoo ve en ellos la mejor guardia pretoriana para atravesar el arco del triunfo de la Moncloa.

El regionalismo en su versión conservadora es la piedra filosofal de la derecha que va cercando al poder central socialista avanzando desde la periferia. Además de dejar sin sitio a Vox y Ciudadanos, lastrados por sus manías centrípetas, hace de los dirigentes socialistas de provincias meros coristas de Pedro Sánchez, su ventrílocuo. Todos esos efectos se han constatado en la campaña andaluza y antes en la de aquí. Tanto el gallego medio como el andaluz corriente perciben que la mejor respuesta al independentismo insolente no es la España arcaica de Abascal, Arrimadas o sectores rancios del PP, sino el autonomismo que pide lo suyo sin llegar a la sedición ni caer en la sumisión. Sobre él galopó Moreno hacia la victoria, prefiriendo estar solo que mal acompañado. Como Jesulín.

Camilo: muchas siglas, una patria

POG, EG, UG, ANPG, UP. La letra común de esta ensalada de siglas es la G de Galicia. Tenemos ahí la prueba de que la gran pasión de Camilo Nogueira, peregrino en todas ellas, fue encontrar la marca perdida que impulsara a su nación hacia el más allá. Es el Proust del nacionalismo gallego que muchas veces acierta a destiempo, lo cual en política equivale a equivocarse. Es un heterodoxo que rompe al menos tres tabúes que prohibían el uso de la corbata, el sí a la autonomía y la querencia por Europa. Ningún nacionalista osaba traspasar esos límites tras los que estaba el lado oscuro. Él lo hizo, aunque sus credenciales de antifranquista de verdad con represalias a sus espaldas lo libraron de la excomunión definitiva de los sumos sacerdotes de su sanedrín. Camilo abrió muchos caminos que todavía ahora el nacionalismo transita con dificultad. La última heterodoxia es la medalla Castelao que la Xunta de Rueda le concede a un hombre de muchas siglas y una sola patria.

Oltra y el «farsismo»

¿A quién le importa Teresa? Teresa es víctima de una historia sórdida y triste que hubiera activado todas las protestas e indignaciones habituales en estos temas. Podría ser un argumento de Stieg Larsson. Es menor, reside en un centro tutelado, abusa sexualmente de ella un educador, y la administración responsable encubre las agresiones todo lo que puede. Hay un detalle importante, sin embargo, que impide que el feminismo oficial actúe y haya manifestaciones con las pancartas del «yo sí te creo» y gritos contra el machismo: al ser el agresor consejero consorte de la Generalitat y su esposa una declarada progresista, ecologista y feminista, lo que pase con Teresa no merece ni un triste Me too. Quizá debió de ser más complaciente para no perjudicar a esta nueva casta que extiende la omertà sobre sus vergüenzas. Para ese mundo farsista, de farsa, Teresa es material de deshecho y Mónica Oltra una mártir de un complot reaccionario. Hay, en fin, un feminismo sordomudo.