Jesús Martín-Fernández, neurocirujano: «Las experiencias extracorpóreas en los pacientes son muy raras»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

ENFERMEDADES

Jesús Martín-Fernández, con 31 años, ya ha sido uno de los neurocirujanos más citados del mundo.
Jesús Martín-Fernández, con 31 años, ya ha sido uno de los neurocirujanos más citados del mundo.

El doctor, de 31 años, se considera un referente mundial en su especialidad médica por la creación de un test que permite identificar, en una operación con el paciente despierto, el procesamiento emocional de la persona

21 abr 2024 . Actualizado a las 19:05 h.

«Dime qué sientes». Estas son las palabras que Jesús Martín-Fernández, neurocirujano y neurocientífico, mantiene con sus pacientes cuando están siendo operados, en pleno estado de consciencia, del cerebro. Con solo 31 años, acumula logros a pasos de gigante. En el 2021, fue el neurocirujano más citado del mundo por investigar cómo variaba la actividad cerebral según los estilos musicales. El año pasado, y a sus 30, creó el primer test basado en inteligencia artificial que permite identificar, en vivo, el procesamiento emocional durante una intervención quirúrgica. Desde entonces, y gracias al mapeo que sabe realizar de cada función cognitiva en el cerebro, no ha parado de viajar. Y lejos de ser por ocio, ha sido por trabajo. 

Dime qué sientes es también el título de su nuevo libro, editado por Paidós. Más que un libro, es un diario, en el que recoge las operaciones que más le han marcado. Viaja al uno de febrero del 2023, día en el que no solo operó a Yolanda —la primera paciente con la que pudo emplear su test emocional—, sino también a su tío, fallecido siete años antes a causa de un tumor cerebral. «Nunca volvió a ser él mismo», recuerda, «nunca pudo volver a sentir como antes, a crear música, a tocar la guitarra o a sentir placer escuchando la quinta de Shostakóvich, a emocionarse con un abrazo», añade. Un gran porcentaje de pacientes como él viven con déficit en la personalidad, en el comportamiento, después de la cirugía. 

El propósito de este palmero, que ahora trabaja e investiga en Montpellier con el prestigioso Hugues Duffau, siempre ha sido el mismo: que el modo de ver la vida de las personas que pasan por quirófano no cambie. Yolanda, por cierto, no lo hizo. 

—Habitualmente suelo hacer las entrevistas tratando de «usted» al entrevistado. Pero si me permite, y dado que solo me lleva cinco años, voy a pasar a tutearle. 

—Sí, por favor, y aunque tuviese más también te lo pediría. 

—Eres neurocirujano, músico y hasta compositor. ¿Qué hace la música por y para tu cerebro?

—A mí me permite reubicarme y refugiarme en el plano emocional, y en un nivel más cerebral o cognitivo, estar enfocado en varias cosas a la vez, siempre tener la toma de tierra cuando estamos viajando y operando mucho. Es un refugio para mí. 

—En general, ¿se conocen los beneficios de la música en la actividad cerebral?

—Sí. He publicado varios trabajos científicos internacionales sobre la música, pero la conclusión es que, por ahora, no tenemos instrumentos que nos permitan medir qué hace la música en el cerebro. Al final, contamos con pruebas o técnicas que nos permiten ver cierta activación cerebral, o cómo cambian las redes a raíz de la música, pero lo cierto es que lo más potente de la música es la experiencia subjetiva que genera. Y, hasta ahora, las medidas que tenemos para analizar el cerebro no nos permiten llegar hasta esa subjetividad. 

—¿A qué se refiere con subjetividad?

—A que, aunque en el cerebro se pueda ver equis actividad, esa actividad genera una experiencia subjetiva diferente en cada uno, al igual que lo hace un olor o un color. Esa parte es compleja de medir. 

—A veces, se viralizan vídeos en los que vemos a un paciente de alzhéimer recordar un momento de su vida a través de la música. ¿Por qué sucede?

—Sabemos cómo actúa la música, sabemos que, sobre todo, la creatividad musical, la interpretación o la escucha activa requieren de todas las funciones cognitivas del ser humano. Al final, eso genera que la música no sea algo aislado, sino que probablemente se quede impreso en el cerebro junto a otras funciones como la memoria o la emoción. Eso puede explicar, como contaba Oliver Sacks en Musicofilia, que pacientes en estado de congelación en párkinson fuesen capaces de bailar Bebop cuando lo escuchaban, o todos esos vídeos que vemos de personas con alzhéimer que, de pronto, son capaces de interpretar una partitura. Esto habla del poder de la música, al mismo tiempo que tenemos la limitación de que no sabemos, de algo tan increíble como es, cómo medirlo o demostrarlo, pero estamos en el proceso. 

—Te llaman el neurocirujano de las emociones, ¿estás cómodo con el apodo?

—No, lo de neurocirujano de las emociones al final es una cosa sensacionalista, de la que intento huir. Soy neurocientífico y neurocirujano, e intento preservar las funciones cognitivas en su conjunto porque, también es cierto, todas funcionan como un continuo. Tampoco se pueden separar del todo, pero sí que es cierto, que todo esto pasó después de que creásemos un test, que está en proceso de validación, en el que nos permite identificar cuáles son las regiones críticas de cada cerebro para el reconocimiento de las emociones. 

—¿Siempre tuviste en mente estudiar el cerebro?

—Sí, realmente, desde muy pequeño sentía curiosidad por cómo funciona el cerebro. Me pareció increíble que todo el mundo tuviese uno que por fuera se viera igual pero que el mundo que todos llevamos dentro sea diferente. Al final la vida me ha ido poniendo una serie de circunstancias que me han hecho entender que esto es lo que tenía que hacer. 

—¿Por qué llega a ser necesario operar a un paciente despierto?

—Para lo que nosotros utilizamos la técnica, y como sucede normalmente, es que al paciente se le haya diagnosticado un tumor cerebral y que tenga las funciones preservadas. Esto se debe a que hay algunos tumores que, por su crecimiento, no permiten que el cerebro distribuya sus funciones para estar íntegro. Tu pregunta tiene muchas respuestas, pero al final, piensa que nosotros adaptamos la cirugía a cada persona, y si un paciente ya está muy afectado o el tumor es muy agresivo, no tiene sentido. Es necesario despertar al paciente por la gran variabilidad de las zonas críticas del cerebro. Cada persona va a tener un punto crítico para cada función. Por esta variabilidad e incertidumbre, que no se puede prever con ninguna técnica, es por lo que defendemos la cirugía despierta. 

—Siempre se ha dicho que en cada región del cerebro reside una función. Defiendes lo contrario, que todo se relaciona. 

—Se sabe, gracias a la neurociencia de redes, que no se puede hacer una asociación de una zona del cerebro a una función, y mucho menos, a las funciones cognitivas. 

—Explicas que el cerebro es flexible y autoorganizado. Esto permite que nos adaptemos al día a día. ¿Es esta la razón por la que habilidades como la empatía o la atención no estén ubicadas en el mismo sitio para todos?

—Sí, al final, el concepto de neuroplasticidad se suele asociar a largo plazo, pero también sucede a corto plazo. Para que nosotros, ahora mismo y durante esta entrevista, estemos dirigiendo nuestro comportamiento y adaptándonos el uno al otro, nuestro cerebro debe ser plástico. Las redes neuronales que soportan nuestra cognición tienen que adaptarse. Se propuso hace mucho que el cerebro es un sistema eléctrico, complejo, autoorganizado, y esa es una de las características que nos diferencian de otros sistemas complejos como un ordenador. 

—Cuando operáis a alguien despierto, ¿todo se complica?

—Por supuesto. Creo que es más difícil operar despierto porque necesitas saber lo que estás haciendo, no se trata de colocar el estimulador eléctrico y ver qué pasa. El ejemplo es simple. Cuando tú operas al paciente dormido, puedes localizar dónde está la vía del movimiento pero no dónde está una función cognitiva, porque estas responden a patrones eléctricos muy complejos que no podemos ubicar. La cirugía dormida es como entrar a tu casa, por primera vez, con la luz pagada. Te vas tropezando, tiras una cosa, tiras la otra, pisas un gato, no sabes qué es… Enciendes la luz y sorpresa. Cuando tú haces cirugía despierta, con un mapeo cognitivo donde tratas de llegar incluso a aquello que no entendemos del todo, es como si entraras a tu casa con la luz encendida. Eso te permite identificar cada cosa, no tropezar y de paso no llevarte un susto cuando enciendes la luz. 

—En su carrera destaca la creación del test con inteligencia artificial que permite identificar las emociones del paciente. ¿De qué manera?

—Básicamente, con sistemas avanzados de traqueo de imagen, hemos registrado los movimientos al detalle de muchos actores haciendo muchas emociones complejas muchas veces. Con ello se generó una matriz de datos que nos permite crear avatares hiperrealistas, que no se parecen a nadie y nunca se han visto, los cuales reproducimos durante la cirugía. Así, voy aplicando el estímulo eléctrico al mismo tiempo que la paciente va viendo estas emociones y tiene que deducir, entre varias opciones, cuál es la correcta. Cuando vemos que la persona ve la emoción de una forma diferente a cómo la veía en exámenes previos, o directamente nos dice que no puede reconocer la emoción, sabemos que esa zona es crítica y esa parte del cerebro no la extirpamos. 

El doctor Jesús Martín-Fernández, autor del libro «Dime qué sientes».
El doctor Jesús Martín-Fernández, autor del libro «Dime qué sientes». Carlos Ruiz B.k

—El test debe adaptarse a cada persona, incluso, con pruebas en los días previos. Esto es muestra de la complejidad de las emociones. ¿Se sabe por qué son algo tan complicado de localizar y entender?

—Sería osado, por mi parte, decir que tengo una respuesta. El ser humano es la única especie que puede reflexionar sobre su propia cognición, en este caso, sobre sus propias emociones. Entiendo que esa capacidad de nuestro cerebro de generar comportamientos tan diferentes y la necesidad de vivir en comunidad, y adaptarnos a todas las circunstancias, es la que nos ha hecho desarrollar un catálogo de emociones que no tiene ninguna otra especie. Al final, piensa que las emociones no solo son las caras, sino que la semántica de la emoción se transmite con las manos, con el tono del lenguaje, con cómo te estás dirigiendo a la otra persona y después la expresión. Pero en sí, el proceso de empatía no solo tiene que ver con la cara. Por lo tanto, la emoción es una de las funciones cognitivas más complejas y que, de nuevo, no está aislada. Al final, creo que la complejidad y la amplia variedad es la única forma que ha tenido el ser humano de entenderse los unos a los otros, cuando cada uno en su interior siente lo mismo. Te diría que la emoción es el lenguaje universal. 

—¿Por qué es necesario registrar las emociones y no otra función?

—Primero, porque dentro de la red del proceso de empatía o de reconocimiento emocional, no es posible especificar con ninguna prueba cuáles son las regiones críticas de una red que está en constante movimiento, que es bilateral y que depende de la sincronización de tantas regiones. Y segundo, porque sabemos a raíz de algunas series que ya se han descrito, que hay más de un 30 % de pacientes que quedan con secuelas emocionales que no solo se ven en la capacidad de la emoción, sino en cómo deciden su comportamiento en un entorno social o en el ambiente. Pero sabemos que la neurocirugía no ha hecho mucho hincapié en los procesos cognitivos y emocionales. 

—Precisamente, explicas que uno de los desafíos de tu especialidad médica de siempre ha sido cuándo saber parar. ¿Cómo sabéis dónde está el límite?

—Es una de las cosas más novedosas que proponemos, y lo hemos publicado recientemente en un paper, lo hemos llamado los puntos stop. Ahí hemos propuesto que hay que conocer esas carreteras profundas del cerebro, que son un reto porque no se ven, todo es blanco o gris y no se puede valorar salvo que tengas un conocimiento profundo de la anatomía y sepas qué respuesta esperar de cada estímulo en esa carretera profunda. Es imposible preservar una carretera si no sabes dónde está. Te doy algún ejemplo. Sabemos que cuando nos acercamos al IFOF, que es una carretera profunda que va de delante hacia atrás en el cerebro, la persona va a perder la capacidad de asociar semánticamente los objetos, de reconocer las emociones o, incluso, de la autopercepción. Pero claro, si eso no se supiese, no sabríamos dónde parar. Sin embargo, es importante preservarlo porque las funciones complejas dependen de muchas zonas espaciadas que están conectadas por ese cable profundo, y si lo cortas, cortas la sincronización entre las zonas. 

—Que el cerebro no duela, ¿os ayuda u os perjudica de alguna forma en la operación?

—En todo caso nos ayuda, porque que no tenga receptores de dolor y de presión hace que todo esto sea posible. Si sintiera dolor el cerebro no podríamos hacer algo así.

—En el 2023, también te enfrentaste al reto de identificar, en vivo, los cinco idiomas de una paciente políglota. Dices que el multilingüismo sigue siendo un misterio para la neurociencia. ¿Por qué?

—Sí, lo es. Publicamos un artículo al respecto, y tuve la suerte de estudiar, durante un tiempo, con Andreu Gabarrós, en el Hospital de Bellvitge, que tiene mucha experiencia en los políglotas. El multilingüismo es una forma de hacer todavía más compleja la función del lenguaje, que ya de por sí es compleja. Tiene muchos eslabones, tienes que poder articular palabras, tienes que poder acceder a las palabras, tienes que poder entenderlas, tienes que saber cómo pensar en un orden siempre para que tenga sentido. Así que, en un cerebro multilingüe, todo esto se complica porque todo está multiplicado. De esta forma, genera más incertidumbre de dónde van a estar esas regiones 

—El conectoma es un mapa de las conexiones neuronales en el cerebro. Explicas que se ha ido perfeccionando con la evolución hasta el punto de que estas redes están en una oscilación perfecta. ¿Cómo se equilibra este sistema?

—En los 70 y en los 80, se empezó a estudiar cómo, eléctricamente, funciona el cerebro, no ya como un órgano, sino como un sistema complejo y eléctrico. Se trató de ver si había algún patrón eléctrico como hay esa avalancha de neuronas. Así, se encontró que, durante todo el tiempo, coexiste una avalancha de neuronas descargando y otras neuronas en completo reposo. En ese estado entre uno y otro, está el estado de equilibrio, estado metaestable o estado de criticalidad, que se llama. No sabemos cómo se da ni cómo el cerebro puede estar en el estado de máxima eficiencia, pero sabemos que lo está.

—Uno de tus pacientes, Frédéric, tuvo una experiencia extracorpórea, ¿por qué sucede?

—Son casos extremadamente raros. Suceden porque, pese a que la mayoría de los tumores crece lentamente y permiten al cerebro generar plasticidad y que las funciones vayan más allá del tumor, existen algunos casos en los que no ha habido plasticidad en esta zona, que suele ser el cíngulo posterior o el precúneo. Esto puede generar impresiones transitorias de la percepción corporal de uno mismo o incluso del yo psíquico. A lo largo de la historia se han escrito varios casos, no muchos, en los que el paciente siente que está en otro lugar, que tiene parte de su cuerpo en otro sitio o que se ve desde fuera. Lejos de lo esotérico, de la experiencia cercana a la muerte o de la experiencia extracorpórea, que están muy de moda, cada vez tenemos más claro que todas las respuestas están en el cerebro.

Lucía Cancela
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Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.