Con un sueldo anual de casi 400.000 euros brutos, el patrón de patronos, Ángel Garamendi, ha propuesto que sea el trabajador el que tramite el pago de las cotizaciones para que sepa realmente cuánto le cuesta a su empresa. Esto es, que perciba todo su salario bruto. Intuyo que cuando el presidente de la CEOE cobre su nómina también se llevará un buen susto, aunque para bien. Mal camino es ese: el de las insinuaciones, el de alentar el fuego de la polarización, el de volver a ese pasado caricaturesco que contribuye a una visión tópica y resesa de las relaciones laborales. La del empresario como un sujeto avaro y despiadado que explota a sus plantillas, alimentada en ocasiones desde la política, y la del trabajador como un gandul que solo aspira a cobrar más y trabajar menos, deslizada desde sectores empresariales. Porque puestos a ser plenamente transparentes con todo, por qué no recuperar el viejo formato sábana de los periódicos y aplicarlo a la impresión de cada nómina. Tendríamos toda la información; por ejemplo, sabríamos si el esfuerzo fiscal (no la presión tributaria) de la empresa para la que se trabaja es o no excesivo en función del volumen de negocio de la compañía (el universo empresarial no es homogéneo); sabríamos, también, si el coste del absentismo laboral es o no excesivo; cuáles son las ganancias de la empresa y cómo se reparten entre su cúpula directiva; cuántas horas extraordinarias quedan impagadas a lo largo del mes; a cuánto asciende la pérdida real de competitividad de la empresa por el crecimiento de los precios; cuánto suma la pérdida de poder adquisitivo de unos trabajadores que llevan años con un crecimiento de sus salarios muy por debajo de la inflación; si el empresario es realmente liberal para premiar la productividad con dinero o si se vuelve colectivista cuando le conviene y aplica a los salarios una tarifa plana cubana, sea cual sea el rendimiento. Y así, un largo etcétera hasta que tengamos toda la información. Y avanzar todos en beneficio mutuo.