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Vacas contra el abandono

maría cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

GANADERÍA

Santi M. Amil

Las razas autóctonas recuperan su papel de gestoras del territorio en la lucha contra el fuego, perfilándose como opción para granjas que no tienen relevo

20 may 2024 . Actualizado a las 10:04 h.

Al salir de la AP-53 y tomar la N-525 primero, y la N-540 después, en dirección al concello ourensano de Coles, se observan más churrasquerías custodiando la carretera que vacas pastando en los prados. El paisaje cambia cuando a lo lejos comienza a avistarse el pazo de Fontefiz, un complejo rodeado de praderas delimitadas por muros de pedra seca cubiertos de musgo, desde los que varios rebaños de vacas, curiosas, parecen preguntarse quién es el forastero que se acerca por el camino.

Las hay marrones y pequeñas, cachenas de cuernos grandes; más oscuras, caldelás de porte aristocrático; con flequillo, limiás de pelo moreno; con ojos avellana, las vigorosas vianesas, y vacas que parecen llevar un cardado, las frieresas. Todos esos animales forman el rebaño fundacional a partir del que los veterinarios y técnicos del Centro de Recursos Zooxenéticos de Galicia, con sede en el pazo, llevan décadas tratando de recuperar con la ayuda de ganaderos de la zona, primero, y de toda Galicia, después, esas cinco razas autóctonas en peligro de extinción registradas en la comunidad. Y, al mismo tiempo, recuperar el papel que históricamente han jugado estas razas como gestoras del territorio, convirtiéndolas en actoras de la lucha contra el fuego.

Los mejores bomberos

«Son os mellores bombeiros do planeta porque o mellor programa antiincendios son as bocas dos rumiantes», asegura convencido Julio Feijoo, veterinario, director de este centro dependiente de la Consellería do Medio Rural y ganadero porque, como dice, «aquí son gandeiro».

Pero es que la rusticidad y capacidad de adaptación al medio hace que las cachenas, vienesas, limiás, frieiresas y caldelás se perfilen como alternativa para muchas explotaciones que no tienen relevo generacional: «Este tipo de gandarías —sugiere el director del centro— poden ser unha actividade complementaria para xente que ten outro traballo. Para granxas que pechan sen relevo xeracional porque os fillos están fóra poden ser unha saída». En definitiva, una forma de recuperar el vínculo con el pueblo para muchos de los protagonistas del éxodo rural de los noventa, el de los que salieron de casa para ir a estudiar la carrera fuera y ya no volvieron.

Julio Feijoo, director de Fontefiz, ayudó a localizar estas vacas.
Julio Feijoo, director de Fontefiz, ayudó a localizar estas vacas. Santi M. Amil

Porque son razas que Julio compara con «aqueles Land-Rover que tiñan os paisanos para subir ao monte. Non son un Ferrari, pero nunca fallan aínda que teñan máis de corenta anos». Porque, como añade, son vacas de aquí, rústicas, acostumbradas a la intemperie, «compatibles coas prácticas medioambientais que esixe Bruxelas e que aínda que non son as máis produtivas, son as máis rendibles. Son razas que se usaban para leite, carne e para traballar». Y da un dato: «Dos cerca de 2.000 partos que houbo aquí dende que se traballa coas razas autóctonas, só tivemos que asistir tres».

Sus censos, sobre todo el de la cachena (6.508 animales repartidos en 179 ganaderías), avanzan en sentido inverso a los de las aldeas que convierten Galicia en la comunidad con mayor dispersión poblacional de todo el país. En 1986, cuando el centro fue transferido a la Xunta y justo un año antes de que comenzara a congelarse semen de cachena, en Galicia había solo 5 concellos con menos de 1.000 habitantes. Ahora hay 36.

Entonces no se sabía muy bien cuántas vacas de razas autóctonas había en la provincia porque no existían censos. Fue la entrada en vigor de la obligación de realizar el saneamiento ganadero en 1990 lo que permitió conocer, más o menos, qué cuadras podían estar custodiando uno de los tesoros etnográficos y genéticos de Galicia: «Eramos unha infantería de veterinarios que recorriamos todas as aldeas. Os que colaborabamos con Fontefiz notificabamos onde estaban os animais que poderían pertencer a estas razas». En 1994, de la limiá quedaban 14 animales. Ahora hay 1.698, según el censo del Ministerio de Agricultura.

Muchas de aquellas granjas acabaron convirtiéndose en colaboradoras de Fontefiz a través de un Programa de Familias Colaboradoras puesto en marcha en 1992. Estos ganaderos recibían 5.000 pesetas al año por cada animal registrado en el programa, y 15.000 pesetas por cada nacimiento: «Cando unha vaca do rabaño fundacional lograba ter como descendencia un macho e unha femia, liberábase e entón cedíase a un deses gandeiros. Os animais controlábanse porque eran propiedade de Fontefiz. Pero despois iso cambiou e comezáronse a comercializar os animais, pero a uns prezos regulados e moi competitivos a granxas que xa teñen animais destas razas. A finais dos noventa tamén se crearon as asociacións de criadores encargadas de xestionar o libro xenealóxico...», recuerda Julio Feijoo.

Los primeros animales que salieron del centro allá por los noventa fueron unas cachenas que acabaron en granjas de cuatro vecinos de Olelas, en el Concello de Entrimo, en el límite con Portugal. Por allí a los pies del glaciar andan sueltas ahora las vacas. Limpiando el monte. En casa.

Al igual que muchas aldeas del interior de Galicia, aún están en peligro de extinción, pero pueden ser una alternativa para que eso cambie. Y para que a lo largo de la N-525 y la N-540 vuelvan a verse más vacas que churrasquerías. Las vacas, un tótem, volverán a rescatar las aldeas.