Miriam Piñeiro, piloto gallega: «El miedo a volar es por ignorancia, comprensible, pero por ignorancia»

VIGO

Cedida

Limpió pisos, vendió en Ikea, cuidó niños y ahora aspira a ser comandante en la aerolínea en la que trabaja en Londres como primera oficial

04 ene 2024 . Actualizado a las 00:36 h.

Vive la vida con pasión, con optimismo, con la fuerza que le da ver el mundo desde el cielo y poder relativizar desde arriba lo que acontece a sus pies. «No me guste tanto viajar. Lo que de verdad me gusta es el avión», dice Miriam Piñeiro Costas (Vigo, 1995), una de las escasas mujeres piloto de aviación comercial que hay en Galicia. Obsesionada de pequeña con ser azafata, se subía sobre tacones para recrear la pasarela que discurre entre los asientos de las aeronaves y se medía constantemente para ver si alcanzaba de una vez la altura mínima exigida.

Pero a los 18 aceptó el consejo familiar de que lo mejor sería hacer una carrera. Eligió comercio internacional y márketing, con los tres últimos años en París, donde se daba la oportunidad de trabajar y estudiar al mismo tiempo. «Como soy curiosa como un gato, al concluir un vuelo le pedí a los pilotos si me dejaban ver la cabina, accedieron y entonces comprendí que necesitaba saber para qué servían todos aquellos botones». Y se puso a ello: siguió con los estudios, el trabajo y empezó a escalar al mismo tiempo en los módulos y pruebas para hacerse piloto. «No quería llegar a cuarenta años y lamentarme por no haberlo probado», recuerda con empeño, pese a los reparos que encontraba en su entorno cercano, en el consideraban que ser piloto era un puesto inaccesible.

Le quita trascendencia a la hora de enumerar las etapas que tuvo que superar: avioneta, vuelo de noche, luego dos motores, volar dentro de nubes, hacerlo solo... y así hasta llegar en cuatro años a donde está, compartiendo como primera oficial los mandos de los Boeing 737 de Ryanair, ahora en su base londinense de Stansted, compañía en la que espera llegar en tres o cuatro años a convertirse en comandante.

«La primera vez que volé sola vi como el suelo se separaba de mi y pensé: ‘quién me mandaría a mi meterme en este berenjenal'», relata con una risa contagiosa y que desprende positivismo en grandes dosis. «Puedo hacer lo que me dé la gana, esa es la sensación que da volar», acuña Miriam Piñeiro. Llegar a ser piloto puede costar unos 100.000 euros, por lo que cuenta que pidió dinero a sus padres segura de que lograría su propósito y podría devolvérselo, mientras a la vez buscó con su curiosidad innata trabajos de todo tipo para financiarse: dependiente de Ikea, vendedora de maquillaje, camarera, cuidadora de niños empleada de banca e, incluso al comienzo, limpiando casas. No se le caen los anillos. «Es una ventaja que te guste trabajar», considera al recordar el plan trazado para llegar hasta el avión.

«Me esperaba que en esta profesión abundasen los hijos de gente rica, pero no. Los pilotos ahora son gente bastante humilde, saben que se puede cometer un error en cualquier momento y que se forma parte de un equipo para resolverlos. Eso aún me motivó más». Admite, eso sí, tener la espalda más estirada desde que es piloto, dice mientras recrea como caminan los profesionales de la aviación cuando deambulan por los aeropuertos. «Por lo general, los pilotos estamos muy orgullosos de nuestra profesión, hay menos flipados de lo que me esperaba», advierte, mientras comenta que la democratización de la aviación ha llevado incluso a que las tripulaciones porten su propia comida de casa para sus vuelos. «Con tanto viaje comes mal, con lo que no viene mal elegir tus propios alimentos», vuelve a buscar el lado positivo de la vida. «La gente quiere ir de A a B lo más barato posible, con lo que supongo que volar perderá un poco más de glamur», anticipa.

La piloto viguesa, que hizo el vuelo inaugural de la nueva etapa de la ruta Londres Stansted-Peinador, también apunta a que el transporte aéreo avanza en automatización, «cada vez tenemos que pensar un poco menos, pero sorprendería la cantidad de cosas que todavía se hacen a ojo en un avión», ríe de nuevo pero advirtiendo que no por ello se pierde seguridad. «Si hay combustible en un avión hay tiempo. Combustible es igual a tiempo para comprobar y decidir, pero entiendo que entre los pasajeros haya gente con miedo, no hemos nacido para volar. Pero sin querer ser peyorativa, el miedo a volar en un avión es igual a ignorancia, comprensible, pero por ignorancia».

Treinta segundos después del despegue se suele activar el piloto automático y los aterrizajes con baja visibilidad van de la mano de la tecnología en la mayoría de los casos, situación que Miriam dice que puede llegar a distinguirse, pues cuando se ceden los mandos la toma de tierra suele ser más firme. «A mi me encanta volar, estoy enamorada del Boeing 737, es un avión muy manual, quiero convertirme en comandante y en él sentir que todo dependa de mi», dibuja su nueva ruta personal de vuelo.

No ve impedimentos en su profesión en seguir ascendiendo en un mundo en el que no hace tanto la mujer era relegada al rol de azafata. «Me sorprendió para bien. Pensé que sería un campo machista, pero no. Siempre se me consideró como a mis compañeros, e incluso diría, con un poco de rabia, que ahora se nos dan más posibilidades por ser mujer para demostrar que las organizaciones no son machistas», reflexiona. En su caso, ella afirma que es una más de los 3.000 pilotos de su compañía, donde no hay diferencia salarial por sexos, ni techo de cristal. «Cada piloto somos un número, no un sexo».

Álbum personal

EN DETALLE

-Primer trabajo.

-«Señora de la limpieza, aunque era un poco en negro. Ya con sueldo, vendiendo faldas en París en Naf Naf».

-Causa a la que se entregaría.

-«Me gusta mucho el desarrollo personal, pero nunca puede faltar desear y trabajar por la paz en el mundo. Que la gente viaje ayuda a la paz mundial, seguro, abre el espíritu».