Leticia Dolera: «Muchas mujeres tienen terror máximo a mirarse la vulva después de parir»

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Dolera triunfa con la nueva temporada de esa «Vida perfecta» a la que da tantas vueltas en Movistar+. «No es obligatorio llegar a ese ideal que te has construido. Puedes pensar mucho, analizar mucho... pero tienes que vivir», asegura

04 dic 2021 . Actualizado a las 09:49 h.

Hablar con Leticia Dolera (Barcelona, 1981) y no hacerlo de feminismo es imposible. «Ana de Miguel, la filósofa, habla muy bien del mito de la libre elección en su libro Neoliberalismo sexual. No nos maquillamos ni nos depilamos por libre elección. Podemos creer que sí, pero es una trampa», se moja la actriz. Comprometida, sincera y con las cosas muy claras, Dolera vive un momento dorado recién cumplidos los 40.

—¿Cómo fue vivir la depresión posparto sin haber dado a luz?

—Bueno, hubo un proceso de documentación muy grande primero. Estuve hablando con una psicóloga que había llevado varios casos de cuadros de ansiedad posparto, y le propuse hacer sesiones de terapia siendo mi personaje, María. Claro, eran improvisadas. O sea, yo le contaba lo que me pasaba, le hacía preguntas y ella me proponía cosas. Eso me colocó mucho, encararlo todo desde la actriz, pero también desde la guionista. Y luego ya cuando estuve con Manuel Burque documentándome hablamos con muchas mujeres, con madres que habían pasado por algo así y que fueron muy generosas. Nos hablaron de su dolor, de su angustia, de su culpa, de su vergüenza y de su relación con su propia vulva, que esto también nos sorprendió, vimos que era algo muy habitual en muchas mujeres.

—¿A muchas mujeres les sigue costando mirarse la vulva?

—Muchas mujeres todavía tienen miedo a la conexión con esa parte del cuerpo, cada vez menos, pero después de parir sí que les costaba mucho mirarse la vulva. Pero mucho, mucho, en plan terror máximo. Eso es algo que a mí me sorprendió bastante, y por eso en la serie todo el viaje personal de María también va ligado al hecho de reconectar con su propio cuerpo.

—La culpa, el dolor y la angustia es lo que sienten muchas mujeres cuando dicen que no les sale ser madre.

—Yo creo que todavía, culturalmente, arrastramos muchos siglos de patriarcado y vivimos en unos valores que, digamos, dividen a la mujer en dos tipos de mujer, ¿no? La mujer madre, que es la santa madre, la que está para procrear y a la que además ser madre le hace sentir realizada porque le da sentido a su vida. Es esa mujer abnegada capaz de renunciar a lo que haga falta en pro de la buena madre. Esa sería la mujer de la casa, y luego está la mujer de la calle, que es la que está para satisfacer el deseo masculino y que sería el lugar de la prostituta. Es la clásica división patriarcal de o putas o santas, o putas o madres. Y entonces, de pronto todo lo que se salga de este esquema... Es como cuando de repente no quieres ser madre, que no significa que estés para satisfacer el deseo masculino, estás para muchas otras más cosas, igual que cuando eres madre también estás para muchas otras cosas, ¿no?

—En la serie vemos reflejado el empeño en el ideal de la familia, la pareja, los hijos... ¿Forzamos ese esquema vital aunque no encajemos en él?

—Sí, yo creo que es posible que dé miedo conectar con uno mismo. Además tenemos tantas herramientas ahora para desconectar de nosotros, que es posible que nos dé miedo hacerlo, y en lugar de conectar lo más fácil es tirar para adelante, ¿no? Sería un poco lo que hace Esther en la tercera temporada. Ella siente que tiene falta de tierra, de estabilidad, y por eso decide casarse. Y un poco le pasa también a María. Cuando aparece la posibilidad de una pareja nueva en su vida, siente que agarrándose a ella se aparta del dolor y el vacío.

—De la serie emanan, entre otros temas, el feminismo y la salud mental. Están de moda, pero eso es bueno, ¿no?

—Claro, la serie trata la salud mental porque era algo orgánico a María. Que la protagonista en un cuadro de ansiedad fuera a terapia no responde a que esté más de actualidad, sino a que realmente necesita ir. Y además, yo misma empecé a ir hace cuatro años y supongo que por eso me salió plasmarlo en la serie. Luego está lo que dices de la moda, pues mira, si se empieza a hablar por moda no me importa, ¿sabes? Si es una forma de generar interés, preocupación o debate, pues bienvenida sea la moda mientras venga acompañada de contenido.

—Hay mucha crítica y poco debate en las redes. Tú misma lo sufres.

—Una cosa es criticar en plan de señalar con el dedo, y otra es hacer un análisis y una reflexión crítica. El pensamiento crítico nos lleva al progreso, ¿no? En el caso del feminismo, que llevamos 36 años de historia, de lucha, creo que tenemos una agenda política muy clara de cosas que hay que hacer. Vamos a reflexionar sobre esto, y estaría bien que no lo hiciéramos solo el 25-N. La violencia machista es un problema social gravísimo de primer orden, y a veces parece que se habla solo cuando pasan cosas muy graves o se acerca una fecha como esa.

—¿Dirías que te has enfrentado a más situaciones de violencia machista en lo profesional o en lo personal?

—La situación que he pasado en el contexto laboral lo conté hace unos años en un artículo [se refiere al momento en que un director le tocó un pecho con 18 años]. Y luego, las situaciones de acoso que hemos vivido y vivimos todas, ¿no? Todavía ir por la calle sola de noche no es lo mismo para un hombre que para una mujer. Y el miedo es distinto, es una realidad. Mientras no tengamos el derecho de ir con la misma tranquilidad que va un hombre, de ir sin miedo a la violación por la calle… Pero como el movimiento feminista aún no ha terminado de calar en todas las transformaciones políticas que nos gustaría, te dicen: «Si ya está, no seáis pesadas». Pues no, no está. Y querríamos que los hombres también lo vieran y lo compartieran con nosotras.

—¿El sexo y la liberación van tan de la mano?

—La sexualidad ahora mismo es como «ah, mírala, ya está liberada», porque ahora todo se sexualiza. En Vida perfecta no hay un sexo deshumanizante, es un sexo acompañado de vínculo y de vulnerabilidad.

—Somos víctimas de una herencia patriarcal, pero también de otra cultural y familiar. ¿Hasta qué punto tomamos las decisiones sobre nuestra propia vida de forma libre?

—Ahí está el quid de la cuestión. Las tres protas también se enfrentan a esa cosa de la vida perfecta, la pareja, el éxito, la maternidad… Todos esos objetivos vitales se supone que son de una manera, que me harán sentir de una manera, y tengo que conseguirlos. Es muy difícil distinguir. Teniendo un pensamiento crítico, ¿qué forma parte de un deseo natural que te sale de manera espontánea por tu personalidad? ¿Hasta qué punto nuestras decisiones son libres? Yo tengo claro que muchas no lo son. Pasa lo mismo con la construcción de la familia, de la pareja y de los pactos sexoafectivos. Al final tampoco puedes deconstruirte así, en un chasquido. Y tampoco pasa nada, no tiene por qué ser obligatorio llegar a ser ese ideal que te has construido. Un ideal es solo una idea. Y por mucho que tú pienses, al final... Puedes pensar mucho, analizar mucho, pero tienes que vivir. Hasta que no lo vives... Mira, hay una frase del retiro de sexualidad al que fuimos para documentarme, que fue real: la teoría se fue a bañar y la práctica le quitó la ropa. Me caló.

—A veces puede la emoción.

—Es que creo que es necesario a nivel social, y sobre todo para escribir un guion. No se escribe solo tirando de intuición. Al final, todo es encontrar el equilibrio en la vida. Y en la ficción, igual.

—Hablando de guiones, en esta aventura Manuel Burque trabajó contigo codo con codo. ¿Te acercó a Galicia?

—Pues mira, Burque nunca me ha llevado a Galicia, y esto se lo diré. Me encanta su acento, y sí que estuve en Galicia varias veces, es preciosa. Él, y también Celia Freijeiro, forman parte del cariño que le tengo.

—¿Esta temporada es un adiós o la vida da tantas vueltas como en la serie?

—Nunca puedes decir nunca.

—Y lo dices recién cumplidos los 40. ¿Cómo te sientan?

—Pues muy bien, me encanta cumplir.

—Se habla mucho de que a medida que se suman años, se pierden papeles. Pero tú vas en sentido ascendente.

—¿Sí?, ¿da esa sensación? Qué curioso. Bueno, yo tengo la suerte de que también escribo y dirijo. Es verdad, no es una opinión. Es un hecho que para las mujeres a partir de cierta edad hay muchos menos personajes. A partir de los 45 hay menos, y ya de 50 para arriba, ni te digo. Y en ese momento, cuando hay alguno protagónico, pues ya hay tres actrices y no se sale de ahí. A los hombres no les pasa eso, porque en un hombre nos parece que la arruga es interesante. Todavía no ocurre con las mujeres. Ahora nos hemos vuelto locas con Andie MacDowell en La asistenta, pero queda mucho.

—¿Tienes alguna bala en la recámara?

—Estoy terminando la posproducción de una serie que he dirigido en Argentina que se llama El fin del amor, y está basada en el ensayo de Tamara Tenenbaum sobre el amor, que lleva el mismo título. La protagonista es Lali Expósito.

—Tú siempre con temas ligeritos, ¿no?

—¡Ja, ja! Sí, sí de intensidad. Para eso estamos, para hacernos preguntas, ¿no?