¿Hubo en la Edad Media una papisa de Roma?

Carlos Portolés
Carlos Portolés REDACCIÓN / LA VOZ

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La leyenda de la papisa Juana gozó de gran popularidad, y durante décadas llegó a ser considerada cierta, incluso en las sociedades católicas, pero su falsedad está fuera de duda

11 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Pululan por el mundo muchos chismes. Algunos tienen posos de verdad. Otros son habladurías malintencionadas. Esto es así ahora y era así hace diez siglos. La gente necesita historias. Y, en esa búsqueda del morbo y de las curiosidades saciadas, el rigor es cosa secundaria si es que existe en absoluto. Muchas leyendas no son, al fin y al cabo, más que cotilleos de taberna que han sido aureolados con el prestigio que solo confiere el paso del tiempo. Poco ha llegado a nuestros días del disparate que aquí nos ocupa, pero, hasta bien entrada la Edad Media, existía la ciega creencia popular de que había habido en fechas remotas una papisa. La papisa Juana.

Si bien el origen de esta historia data de antes de las guerras de religión, fue en el contexto de la eclosión protestante cuando el mito fue reescrito, deformado, exagerado y divulgado por cada rincón de la vieja Europa. Se utilizó, en definitiva, como una muy eficiente pieza de propaganda anticatólica.

Así lo señalan los expertos como Clelia Martínez, catedrática de Historia Antigua en la Universidad de Málaga y gran conocedora, por lo tanto, de las rencillas teológicas de aquellas épocas. Es rotunda. No hubo tal papisa. «No es más que eso, una leyenda. Forma parte de un argumentario ideado para desacreditar a la Iglesia católica de la época. En este punto estamos todos los historiadores de acuerdo», zanja.

Pero, ¿qué rezaba exactamente —nunca mejor dicho— la ficción de la papisa Juana? «Hay dos versiones que difieren del momento en el que se desarrolló el supuesto papado. La más extendida fue recogida por un clérigo apodado Martín el polaco, y sostenía que los hechos habrían ocurrido a finales del siglo IX. Concretamente, entre los papados de Benedicto III y Juan VIII. La otra versión, acuñada por un dominico, sitúa la historia mucho después, en el siglo XI».

Este cuento, tan inverosímil como creativo, es, sobre todo, la crónica de un engaño, la pasión de un amor secreto y la tragedia de una caída. No es de extrañar que haya inspirado, ya en nuestro tiempo, una serie de televisión y una película —donde, por cierto, Liv Ullman era Juana y Franco Nero su amante furtivo, así que no es una cosa menor—.

Apunta la triste fábula que Juana nació en Inglaterra. A  Atenas fue llevada por un amante en sus años púberes. Allí, disfrazada de hombre, se convirtió en un clérigo erudito de altísimo prestigio entre la curia, lo que le permitió dar el salto a Roma. Después de detentar un secretariado en la corte eclesiástica, fue elegido —en realidad, elegida, aunque nadie lo sabía todavía— papa. De forma evidentemente clandestina, continuó Juana su relación amorosa al mismo tiempo que ejercía el ministerio de San Pedro. Hasta que, por mala suerte o descuido, quedó encinta. Mantuvo el embarazo en secreto, pero sin interrumpirlo. Más adelante, esta decisión se revelaría como su condena al tormento. Paseaba un día el pretendido papa por las calles de Roma, seguido por su séquito y rodeado por sus fieles. De pronto, y para sorpresa primero y furia después de los presentes, se puso el líder del mundo católico de parto en plena calzada. En cuanto asomó el infante y se descubrió el embaucamiento, fueron Juana y su hijo recién nacido lapidados en el acto por una turba montada en los corceles de la cólera religiosa. Una —esto no hay forma de no admitirlo— elocuente y sugestiva maquinación que, sin embargo, no entraña más verdad que la nariz colorada de Rudolf, el reno o los enanitos de Blancanieves. Pero toda invención, hasta la más rocambolesca, tiene su origen en el mundo que se toca y se pisa.

Según apunta Clelia Martínez, fueron los escritos de Martín el polaco los que incluyeron los más específicos detalles. Es en su relato, por ejemplo, donde se bautiza a la papisa como Juana, o Juan el inglés. «Fue en su versión en la que se basaron los grabados y las crónicas posteriores. Es también la que especifica que habría sido descubierta al dar a luz durante una procesión desde la basílica de San Pedro hasta la iglesia de San Juan de Letrán. Fue escrita a mediados del siglo XIII. Pero, después de un éxito inicial, quedó, durante bastante tiempo, relativamente olvidada —aunque generalmente dada por cierta—. No fue hasta el siglo XIV que algunos estudiosos católicos se volvieron a aproximar a la leyenda, precisamente para demostrar que era una locura sin sentido. Otro momento destacado es el de la época de la contrarreforma. Los protestantes, que creían que el papa era la encarnación del anticristo, rescataron la historia de la papisa Juana para tratar de demostrar que la sucesión papal estaba contaminada. Fue un instrumento para poner en duda la validez de los sacramentos católicos» abunda la Martínez.

No hay, por lo tanto, demasiado espacio para la duda. Parece una certeza que la peripecia de Juana pertenece al mundo de lo imaginario. «Un bulo», como lo describe la catedrática. Prueba, en definitiva, de que ya está todo o casi todo inventado, que no somos los primeros en comer fake news.

Triunfo propagandístico

Algunas contorsiones de la realidad podrían ser el germen remoto de la historia que ha llegado hasta nuestro días. «Hay quien dice que el papa Juan VIII habría sido cobarde, y que por eso se le insultaba llamándolo mujer. O que en esta época había muchas mujeres en el entorno de la corte papal, en la figura de las concubinas». De la tergiversación malintencionada de estas anécdotas podría haber derivado la versión final, sin duda mucho más rocambolesca y surrealista. Una especie de melodrama que tiene, al menos en su versión cinematográfica, hasta cierto regusto pasteloso y empachado.

«Lo particular de esta fábula es que consigue hacer burla de los tres principales miedos de la Iglesia católica altomedieval: que hubiera un papa sexualmente activo, que una mujer ocupara una posición de tanto poder y que queden cuestionados los mismos fundamentos de la elección papal», termina de analizar Martínez. Es la papisa que nunca existió, por lo tanto, un triunfo de la propaganda. La realidad no siempre supera a la ficción. A veces, las historietas son historietas.