María Rivas tiene 100 años y disfruta en los mejores restaurantes: «Algunos modernos les ponen 50.000 nombres a los platos, pero no saben a nada»

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María Rivas
María Rivas ALex

La ferrolana quedó huérfana de bebé; sacó adelante con mimo (y mucho trabajo) a sus cinco hijos y ahora disfruta con ellos, sus nietos y bisnietos de los mejores sabores

14 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

María Rivas acaba de cumplir 100 años, pero disfruta de los mejores manteles y vinos. Mucho mejor que cuando tenía 20. Es una centenaria gourmet de Ferrol hace gala de una memoria y una vitalidad prodigiosas. Incluso después de sufrir y superar un virus primaveral que la tuvo varios días «pachucha», tiene ánimo alegre para rememorar su vida, que no siempre fue fácil. Su madre se murió cuando ella era bebé; su padre, a los dos años. Se quedó a cargo de una familia que la trató como una hija más y creció al lado de la casa del escritor Torrente Ballester, en el ferrolano Serantes. «Era una gente muy buena; no eran ricos, pero cultísimos», rememora María sobre uno de los capítulos de su vida que da para varias novelas, como ella misma advierte. Trabajó sin descanso para sacar a sus hijos adelante y ahora los premia invitándolos a los mejores restaurantes.

María Rivas rodeada de su familia en la comida en su restaurante favorito para celebrar su cumpleaños número cien
María Rivas rodeada de su familia en la comida en su restaurante favorito para celebrar su cumpleaños número cien JOSE PARDO

Vive sola y se apaña fenomenal: sigue cocinando y disfrutando de la buena mesa, como buena gastrónoma que es. «La semana pasada aún hice una empanada, porque la mayoría de las que se hacen ahora no valen para nada, la mía tiene la masa como debe ser», comenta. También son famosos su licor café, que prepara durante horas, y un arroz con almejas que borda, según sus nietos.

María ha repartido cariño a mansalva y muchas veces se ha esmerado en mostrar su amor a través de la comida, de preparaciones que cuidaba al máximo: primero en su casa, cocinando con mucho mimo para su querido marido, Nicasio, y para sus cinco pequeños. Cuando cumplió los 70 se puso al frente de la cocina de un conocido local de Ferrol para ayudar a su hijo menor, que dio el paso de montar su propio negocio. «Había días en los que preparaba 20 tortillas, pero hay clientes de Ferrol que todavía me recuerdan por esas tortillas y por los callos o la carne asada, los callos eran una receta que me enseñaron a los 12 años», recuerda sobre una época en la que se lanzó a ayudar a su hijo Alejandro Rodríguez. «La hostelería es dura y queríamos que trabajase como sus hermanos, en los astilleros, pero a él le gustaba eso y pensamos que así podía ser feliz, como así fue», cuenta una madre entregada.

Su hijo Alejandro regenta  ahora el Picasso, un bar de vinos de Ferrol con centenares de referencias y al que peregrinan aficionados a la enología de toda España. «En el Picasso cocina mi nuera, María, y hay que decir que lo hace muy bien, me enorgullece: sus calamares son de sacarse el sombrero», ensalza la mujer, que tiene un piropo para cada uno de sus allegados.

Con «mayordomo»

Otra de sus debilidades es comprar buena materia prima en la plaza. «Voy varias veces por semana, aunque los hijos ya no me dejan ir sola, así que me acompañan siempre —dice—. Los vendedores ya me conocen, me gusta lo mejor, cosas buenas... De hecho, a uno de mis hijos lo han bautizado como el mayordomo, porque me ayuda con la compra, pero como yo le indico», cuenta esta ferrolana en el salón de su casa, mientras su nieto proclama: «¡Genio y figura!».

Con esta experiencia de cocinera también se ha convertido en una crítica gastronómica de primera. En el primer bocado ya descubre los pecados del chef, aunque tenga muchas estrellas Michelin. «Hay que usar buen producto y cocinar con paciencia, yo tengo 100 años y disfruto en los mejores restaurantes, pero es cierto que en algunos modernos les ponen 50.000 nombres a los platos, pero no saben a nada», explica ante su nieto y su hijo pequeño. Los dos se llaman Alejandro y han heredado su gusto por la buena mesa. De hecho, ella les recuerda una visita a un local de moda y resume una propuesta culinaria que le presentaron con mucha pompa: «Era un trocito de merluza al vapor o hervida con una gota de salsita, sin gracia ninguna... No los entiendo, cocinar es otra cosa, de nada sirve que después lo vistan con muchos nombres». María no se calla. En otra ocasión, en un gran restaurante detectó que la sopa del cocido tenía Avecrem. «Pero vamos a ver... si se cuece la carne como se debe hacer, cómo no es suficiente eso para la sopa... Lo del Avecrem es imperdonable», reflexiona, y se lanza a explicar que en cuestión de cocidos hay restauradores que los confunden con el lacón con grelos.

«El lacón con grelos es un plato de Betanzos, donde solo va esa verdura, lacón y chorizo», puntualiza sin enfadarse. Por su 99 cumpleaños invitó a toda la familia a una fastuosa comida y, como siempre, se interesó porque todos tuviesen un plato que les pirrase. «A mi nietecita pequeña le gusta la sopa, así que hubo sopa para todos, como debe ser, es un cielo de niña, como los otros dos», declara una bisabuela que no pierde oportunidad de alabar a los suyos. Y recuerda con devoción a su marido, Nicasio, que falleció hace un cuarto de siglo.

Viajes con su marido

«Fue un hombre muy bueno, que nos quiso mucho, y trabajamos duro juntos para sacar adelante a los niños y cuando pudimos, viajamos... Fuimos a muchos sitios: Sevilla, Lourdes, Fátima... Menos mal que nos dio tiempo a disfrutar de la vida juntos», rememora con una sonrisa, mientras pide que se muestre una foto de su difunto, al que define como un hombre muy, muy guapo. «Uno de mis hijos y mi nieto Alejandro han heredado su porte, una maravilla», presume. María siempre cuidó mucho de sus pequeños, se desvivía por que estuviesen bien. «Nunca os faltó de nada, ¿verdad?», pregunta a uno de ellos. Y él replica con cariño: «Eso es verdad, mamá, nunca nos faltó nada». Precisamente por esa devoción, sus retoños (Nicasio, Rafael, Carlos, Manuel y Alejandro) tenían un mote en la ciudad naval, muy dada a bautizar a sus vecinos con apodos. «Les llamaban los hijos del general, por lo cuidados que iban. Cuando eran pequeños vivíamos en Serantes, y a veces tenía que venir caminando tres veces al día o ir a buscar lejos la leña, pero había tiempo para todo», recuerda una mujer que en muchas ocasiones ya estaba realizando trabajos duros a los dos días de dar a luz. Eran tiempos complicados, pero María no acusa secuelas de jornadas tan intensas. Todo lo contrario, salvo el malestar de hace unos días, se encuentra muy bien. «Sobre todo de cabeza, me acuerdo de todo, ojalá las piernas me acompañasen así. Además, el médico me acaba de decir que puedo comer y beber de todo», advierte a su familia con gracia y el dedo en alto. Los suyos saben que es buena catando vinos, pero ella se quita importancia. «De vinos no entiendo, ahora si me pones uno bueno y uno malo, los distingo rápido —aclara—. Con el tiempo, me he ido haciendo más de tintos».

Siempre acierta

«Cuando abrimos botellas especiales, es que nunca falla, siempre le gusta la copa que lleva el Vega Sicilia», cuenta su nieto Alejandro, que la acompaña en muchas salidas gastronómicas y adora el gusto por el buen vivir y las ganas de compartir de su abuela. Todo un ejemplo para la familia: María Rivas brinda a diario con la vida.